Nuestra Señora del Carmen
Origen de la devoción a la Virgen del Carmen y el Monte Carmelo.
El Carmelo era sin duda, el monte donde numerosos profetas rindieron culto a Dios. Los principales fueron Elías y su discípulo Eliseo, pero existían también diferentes personas que se retiraban en las cuevas de la montaña para seguir una vida eremítica. Esta forma de oración, de penitencia y de austeridad fue continuada siglos más tarde, concretamente en el III y IV, por hombres cristianos que siguieron el modelo de Jesucristo y que de alguna forma tuvieron al mismo Elías como patrón situándose en el valle llamado Wadi-es-Siah.
A mediados del siglo XII, un grupo de devotos de Tierra Santa procedentes de Occidente -algunos creen que venían de Italia-, decidieron instalarse en el mismo valle que sus antecesores y escogieron como patrona a la Virgen María. Allí construyeron la primera iglesia dedicada a Santa María del Monte Carmelo. Desde su monasterio no quisieron crear una nueva forma de culto mariano, ni tampoco, el título de la advocación, respondía a una imagen en especial.
Quisieron vivir bajo los aspectos marianos que salían reflejados en los textos evangélicos: maternidad divina, virginidad, inmaculada concepción y anunciación. Estos devotos que decidieron vivir en comunidad bajo la oración y la pobreza, fueron la cuna de la Orden de los Carmelitas, y su devoción a la Virgen permitió que naciera una nueva advocación: Nuestra Señora del Carmen.
Consagración a
Nuestra Señora del Carmen
Virgen del Carmen, oh Madre mía,
me consagro a Vos,
y confío en tus manos- mi existencia entera.
Aceptá mi pasado con todo lo que ha sido.
Aceptá mi presente con todo lo que es.
Aceptá mi futuro con todo lo que será.
Con esta total consagración
te confío cuanto tengo y cuanto soy,
todo lo que he recibido de tu Hijo Sacratísimo
y de tu Esposo Santísimo.
Te confío mi inteligencia, mi voluntad y mi corazón.
Pongo en tus manos mi libertad, mis ansias y
mis temores, mis esperanzas y mis deseos,
mis tristezas y mis alegrías.
Cuidá de mi vida y todas mis acciones para que
sea más fiel al Señor Trino y Uno,
y con tu ayuda alcance la salvación.
Te confío mi entusiasmo y el ardor de mi devoción para que me ayudes a no envejecer en la Fe.
Te confío mi capacidad y ganas de amar
como has amado Tú, y como Jesús quiere que ame.
Te confío mis incertidumbres y mis angustias,
para que en tu Corazón- encuentre seguridad,
sostén y luz en cada instante de mi vida.
Con esta consagración
me empeño en seguir tu vida
de humildad, mansedumbre y pureza.
Acepto las renuncias y los sacrificios
que esta elección conlleva y te prometo
con la gracia de Dios y con tu ayuda
ser fiel al empeño tomado.
Oh, Madre de todos los hombres,
Soberana de mi vida y de mi conducta,
disponé de mí y de todo lo que pertenece
para que camine siempre en el Evangelio
bajo tu guía, oh Estrella del Mar.
Amén.